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La maternidad es algo que se tejió en mi, de golpe y para nuestra sociedad, -tarde-.
Fue un no rotundo hasta después de mis 30, a raíz de acompañarlo a pelear una burla de enfermedad en su último año, y así lo supe: un día quiero ser mamá.
No para intentar imitar nuestra relación, o para dejar un legado, mucho menos para verme reflejada en otro ser.
Por el amor.
Ese amor que mi papá me enseñó.
Correcto, integro y seguro.
Educándome con el ejemplo de las acciones y el tiempo.
El sentido del humor y la sensatez.
La constancia.
Perseverancia.
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Cuando las restricciones pandémicas empezaron a levantarse, la maratonista corrió de la ciudad para visitarme y ver cómo iba eso de El Duelo Bestial, y agarrándome de la mano me dijo: si el amor de mamá es amor infinito y en expansión, si ya tomaron una decisión médica, si sueñan con un hijo más, si sabe y siente que la historia va para mucho más,
¿Por qué no consideran la adopción?
En mi cerebro apaciguado y corazón chamuscado algo resonó.
Esto me lo ha dicho él.
Varias veces.
Eléctrico.