Me enrosco, y me tomo un café.
Me pregunto si hablo mucho conmigo misma. También si soy una buena mamá, suficientemente amorosa y amplia. ¿A dónde se irá la paciencia cuando se evapora?. Me pregunto si este frente helado que viene de la Orinoquía pasará pronto, y por qué el frío saca lo peor de mi, si al fin y al cabo soy una sabanera de toda la vida, acostumbrada a vivir a una altura donde entrenan los alpinistas y en el colegio los árboles de feijoas eran paisaje.
¿En qué fase estará la luna?
Me debato ese trillado argumento que las buenas historias sólo salen de dramas estructurales, y autores rotos.
Cuando quiero meterle un poco de punch al asunto me pregunto qué está pasando con todos los desechos del covid, si los pandas están libres de peligro de extinción de verdad, qué pasa en el fondo del mar, donde ni siquiera hay luz, y sobre todo, por qué los multimillonarios van al espacio, cuando realmente los veo como perros orinando los postes para marcar territorio (¿cuál?) mientras este mundo parece destruirse día a día, irreparablemente.
Por suerte el café se acaba y tengo que seguir.